Curia provincial: Jenaro Sanjinés #777, La Paz, Bolivia

Falleció P. Edgar Dávalos Porcel, SJ director del Colegio Juan XXIII

29/12/2018

davalos.jpg

En la mañana del martes 18 de diciembre, aproximadamente a horas 7.00, falleció en Cochabamba el P. Edgar Dávalos Pórcel, S.J., a la edad de 64 años y 41 años de compañero jesuita.

El Señor reconoce el buen servicio de sus amigos, tengamos gozo por la vida de Edgar y por su paso al Padre. Descanse en paz.


Una despedida para Edgar

Edgar era nuestro Superior, nuestro compañero, nuestro amigo, nuestro hermano, nuestro guía, nuestro arregla todo, nuestro director, nuestro párroco, nuestro tío, nuestro juchuy, nuestro consultor, nuestro charanguero… Todos podemos decir: “Edgar era nuestro”.
Es una pérdida que duele, que deja vacíos.
 

1. Edgar era un hombre bueno, sin dolo, sin malicia, inocente.

Edgar era un hombre fiel, fiel a Dios, fiel a sus amigos, a la Compañía, fiel al Juan XXIII, fiel a Rumi Cerco, fiel a Tiraque, fiel a los pobres… Por eso todos confiábamos en él: sabíamos que siempre contábamos con él, que siempre estaba disponible para nosotros.


Edgar era un hombre sereno. Con una serenidad que admirábamos en la comunidad, vivió el largo proceso del cáncer que acabó con él. Somos testigos de que conoció el dolor sin angustiarse, conoció la incertidumbre, la inestabilidad sin perder la calma y conoció la lucha sin confrontación. Por eso no perdía la paz, no levantaba ni la voz ni la mano, no atizaba conflictos, no alimentaba peleas.


Edgar siempre tenía a punto la sonrisa que parecía la huella del amor de Dios en su vida.  No sabía lo que es la amargura, no sabía lo que es el resentimiento, no sabía lo que es la envidia, no sabía lo que son los celos… Por eso era tan grata su compañía, por eso lo vamos a extrañar.
 

2. Y por eso este momento tiene un sabor agridulce:

Es un  momento que todos hemos temido y deseado. Temido por lo que íbamos a perder, a Edgar,  y deseado porque nos dolía su dolor y deseábamos que termine.
Es un momento de pena y de alegría. Nosotros lo perdemos pero él gana: ha pasado de vivir en nuestra comunidad, en el Escudaño, en la Compañía de Jesús a vivir en la casa de Dios, en la compañía de Dios. Ha pasado  de estar en manos de los médicos, de las enfermeras, de Pedro a estar en las manos de Dios. Ha pasado del sufrimiento por su larga enfermedad, por las terapias agónicas, sobre todo en las últimas semanas, al gozo insondable de la bienaventuranza eterna.
Este es un momento duro, que duele, difícil de entender  y estamos como Martha,  la hermana de Lázaro, que le dijo a Jesús “si tu hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”, y tenemos el sentimiento de que no es justo que los buenos sufran, que los buenos mueran.
 

3. Y ciertamente no hay palabra humana  de consuelo que explique, que mitigue el dolor. Los pésames que damos o recibimos son palabras de solidaridad que agradecemos pero que no mitigan el dolor. Tenemos que acudir a la fe.

En estos momentos solo nos queda escuchar a Pablo y con él decir: “Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir…, nada podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor”.


Esta certeza no quita el dolor porque la fe no es un analgésico. La fe nos da la certeza de que  Edgar está muerto pero vive y está viviendo en plenitud el amor de Dios.


La fe también nos dice que Edgar, tras una larga y dolorosa  noche de pesca infructuosa, ha llegado a la otra orilla. Donde estaba Diosito, esperándolo con pan y pescado sobre las brasas, para celebrar el re encuentro del hijo con el padre, el retorno de Edgar a la casa del Padre.


Y volviendo a Betania veremos que Jesús le dice a Martha: Yo soy la resurrección y la vida. Crees esto?

//Por P. Enrique Oizumi, SJ en la Homilía de cuerpo presente (19/12/2018)