Indiferencia fiel: Descubriendo mi llamada como Hermano jesuita
13/12/2024Por Brent Gordon, SJ
La historia de mi vocación como Hermano jesuita está ligada a mi ingreso en la Iglesia. No crecí siendo católico, pero me bauticé a los veintidós años. Después de terminar mi licenciatura en Clásicas y Religión – siempre he tenido interés por la religión y por la historia – me quedé en la universidad para obtener un título de posgrado en historia de la religión. Aunque me fascinaba el concepto de religión y las expresiones de fe, lo había tratado académicamente, como algo alejado de mí personalmente. Sin embargo, al comenzar mis estudios de posgrado, ese enfoque ya no me satisfacía. Mi viaje me llevó a la Iglesia católica y, aunque entonces no lo sabía, a una nueva dirección para mi vida.
Cuando me uní a la Iglesia, no pensaba realmente en una dedicación especial; sin embargo, varios meses después de mi nueva vida como católico, sentí la llamada a seguir una vida de servicio. Aunque sabía que existían religiosos – jesuitas, franciscanos, benedictinos, dominicos y otros –, no tenía experiencia real con ningún miembro de estas órdenes. Por eso no es de extrañar que, sintiéndome llamado a una vida de servicio en la Iglesia, ingresara en el seminario para ser sacerdote diocesano. Pasé tres años en el seminario y, aunque no estaba descontento, cada vez me interesaban más los votos de pobreza, castidad y obediencia, así como la vida comunitaria. Con el tiempo, esto me llevó a tomar la decisión de dejar el seminario y discernir la posibilidad de entrar en la Compañía de Jesús. Después de enseñar religión y primeras letras en una escuela parroquial local durante un año, decidí presentar mi solicitud.
Al rellenar la solicitud de ingreso en los jesuitas, se pide a cada uno que marque si desea entrar para ser sacerdote, hermano o “indiferente” (lo que significa que tomará una decisión en el transcurso de su noviciado). Nunca había pensado en ser hermano; sin embargo, me detuve en la pregunta y no me sentía cómodo marcando “sacerdote”. Al final, solicité entrar como “indiferente” y me incorporé al noviciado. Aun así, poco después de entrar en la Compañía, seguí acudiendo al Señor en oración y pidiéndole claridad sobre la cuestión. El resultado fue que pasé de sentirme llamado al sacerdocio un día a convertirme en hermano religioso al siguiente. Finalmente, acudí al Maestro de novicios, que me envió al socio del noviciado, él mismo Hermano jesuita. Cuando le conté lo que estaba viviendo, su respuesta me sorprendió: “¿Por qué sigues preguntando al Señor? Has dicho que eres indiferente. Sé indiferente.”
Sin pensarlo le respondí: “Porque tengo miedo de que, si me quedo indiferente, acabe haciéndome sacerdote por defecto.”
“Bueno”, replicó, “si tienes miedo de que eso ocurra, tal vez no seas realmente indiferente.”
Salí del despacho del socio, volví al Maestro de novicios y le dije que quería ser Hermano jesuita. Desde entonces he sentido un gran consuelo en torno a mi vocación y nunca he vuelto a pensar en ser sacerdote.
Por supuesto, una cosa es sentirse a gusto con la propia vocación y otra muy distinta saber lo que esa vocación significa o, mejor dicho, lo que hace. Mientras que el sacerdocio está marcado por el desempeño de los sacramentos, es más difícil decir lo que un hermano hace de forma única. Después de todo, durante el tiempo que llevo en la Compañía me he visto servir como profesor, fontanero, director espiritual de Ejercicios, estudiante de doctorado, ministro de una comunidad jesuita y, ahora, editor adjunto de las publicaciones IHSI, el sello editorial de la Compañía alojado dentro del Archivo Romano de la Compañía de Jesús (ARSI). Cualquiera de mis trabajos también podría haber sido realizado por un jesuita sacerdote o escolar o, para el caso, ¡por alguien que no es jesuita o religioso en absoluto!
Al final me di cuenta de que no es el trabajo lo que hace que uno sea Hermano jesuita, sino los votos, la relación con el Señor. No es una cuestión de sentirse llamado a un cierto tipo de trabajo y por lo tanto sentirse llamado a ser hermano; es para mí una cuestión del tipo de relación que estoy llamado a tener con Dios y con otras personas, muy especialmente con otros jesuitas. Para mí, ser un Hermano jesuita es estar atento – ¿Dónde, en cada espacio y dentro de cada persona, veo al Señor trabajando? ¿Cómo estoy siendo invitado a acompañar a otros en su trabajo y en las misiones que se les ofrecen? En este sentido, ser un Hermano jesuita para mí es ser, justamente, eso – un hermano.